Me tenés inadmitido, jueputa?

Me tenés inadmitido, jueputa?
por Hernán Casciari

Me he peleado para siempre con gente muy querida a causa de mi costumbre de inadmitir a todo el mundo en el messenger. Los ofendidos piensan que soy un ser típicamente antisocial, un ermitaño moderno; yo creo que nadie en su sano juicio debería dejar abierta la ventana de su intimidad.

—¿Te pensás que no me doy cuenta que me tenés inadmitido, eh?

Ésa es la pregunta retórica que (desde el auricular del teléfono o desde el zaguán de casa) más he oído durante los últimos años. Por lo general, fueron las últimas palabras de muchas personas con las que compartía una amistad o un lazo sanguíneo. Dicen eso y trascartón se ofenden para siempre. Pero igual no cejo en mi solitaria lucha. El messenger no ha nacido para que te molesten, sino para conversar cuando uno quiere, no cuando quieren los demás.

El viernes discutíamos acaloradamente en casa este tema espinoso con la investigadora Beatriz Marín (que estudia las relaciones interpersonales dentro de las nuevas tecnologías, y además dirige Actilingua; es decir, una señora que ha estudiado) y ella, con gran aplomo y experiencia docente, catalogó mi actitud:

—Tú lo que eres es un maleducado de mierda.

Lo han intentado mil veces, pero nadie ha logrado convencerme de nada. La gente me dice que, de prosperar mi método, media Humanidad tendría inadmitida a la otra media Humanidad (y viceversa) logrando de este modo la ilusoria sensación de que el "Planeta Tierra ha abandonado la sesión". Lo acepto. Y la verdad, me importa un carajo. ¿O no vivimos así como mil años sin que pasara gran cosa?

Cristina, mi mujer, muchas veces me mira con trompa y me dice:

—¿Por qué me tienes inadmitida cuando estás en el trabajo? —yo le explico que no la tengo inadmitida a ella en particular, sino a todos. Que no es individual mi odio, que es contra el mundo entero.

—Yo no soy todo el mundo, gilipollas —me dice.

Y cuando tu esposa te dice "yo no soy todo el mundo", lo más seguro es que a continuación te toque hacer la comida y almorzar solo. Y después irte a publicar "Los Bertotti" al cibercafé de enfrente.

Y justamente allí, en los cibercafés, observo con irreprimible asquete a los adolescentes actuales con sesenta contactos admitidos y conectados, escribiendo como locos monosílabos de compromiso, respondiendo con síes y con noes, o lo que es peor, con jajajas. ¿No es hora de avisarle al pueblo, de gritar a los cuatro vientos, de confesar al unísono y de una vez por todas que nadie se está riendo mientras escribe jajaja? ¡Basta de farsas, por el amor de Dios! El messenger es el germen de la hipocresía y de la vigilancia interpersonal, igual que los teléfonos móviles.

Ahora leo en el diario —horrorizado— que a fin de año se lanzará al mercado un sistema que te indica dónde está exactamente la otra persona cuando la llamás al telefonito. ¿Qué es este botoneo infame? Graham Bell se debe estar revolcando en su tumba... A veces pareciera que las mujeres celosas han conseguido trabajo en Nokia y buscan venganza. Deberíamos replantearnos esta moda de que todos sepan si estás, a dónde estás y en qué estás.

El hombre que inventó el "Teléfono Que Te Avisa Quién Llama" es un genio. Eso está claro. Porque gracias a él yo descubrí hace poco que, por hache o por bé, todo el mundo me molesta. Desde que tengo ese aparato en casa no atiendo más a nadie y soy feliz. O lo era.

Porque resulta que después vino otro inventor, un flor de hijo de puta, que creó un aparato que sirve para ocultar la identidad del que te busca. Y ahora mi teléfono, en vez de avisarme con un letrero que el que llama es "El pesado de Juancarlos", ahora pone un misterioso cartelito: "Llamada Privada", porque el pesado de Juan Carlos, que sabe que es un pesado, se compró un coso de esos para ocultarse... ¡Hay que subestimarse mucho para activar ese artilugio, mucha conciencia de ser un pesado hay que tener...!

Con el messenger (ya van a ver) va a pasar algo parecido en cualquier momento —si no es que ya ha pasado—: van a inventar un software para saber quién te tiene inadmitido. Y después van a inventar otro software para bloquear a los que tienen ese primer software, y así hasta la eternidad.

Yo creo que, dentro de no mucho, la vida se va a convertir en un contraespionaje casero, en una guerra psicológica en la que habrá que pelear desde casa y en piyama, contra bravísimos enemigos que serán todos tus parientes, tus conocidos y tus compañeros de trabajo.

¡Por fin una guerra como la gente, en la que no hay que hacer la colimba ni ponerse un casco y borceguíes! ¡Por fin una guerra a la medida de mis posibilidades!

Espero con ansias esa contienda... Sé que voy a triunfar.

Acordate de olvidarte

Acordate de olvidarte
por Hernán Casciari

Tengo la teoría de que la carcaza de la cabeza tiene un espacio limitado, y que cada vez que memorizás una información, otra información ya antigua se cae, se pierde, se muere. ¿Pero escogemos lo que borramos, o eliminamos al azar? Elegir lo que vamos a olvidar es lo que diferencia a los humanos de los primates y de las cajeras del Carrefour.

Por ejemplo conocés a alguien y te dice: "Hola, me llamo Carlos". Como sabés que durante toda la conversación vas a tener que recordar ese nombre para no quedar como un desubicado, lo memorizás: "carlos, carlos, carlos...". A continuación, con el objeto de dejar espacio y que la cadena de caracteres "carlos" te entre cómoda en el cerebro, das de baja otro recuerdo al azar, por ejemplo la marca del segundo auto que tuvo tu papá. Amiocho, Amioch, Amio, Ami, A... ¡Plop!.

Hasta ahí vamos bien. ¿Pero qué pasa cuando querés memorizar una imagen pesada, un culito inolvidable que va por la calle, por ejemplo? Ocurre que tenés que borrar algo también de mayor valor, más o menos de 100k.

Yo, por ejemplo, cuando veo un culo recordable, elimino automáticamente de la cabeza a dos o tres compañeros de la primaria, que los tengo ahí guardados al pedo. ¡Ojo! No sólo hay que olvidarse los apodos, sino de todo: la cara, la voz, el apellido... (Un apellido español pesa 32bytes; un apellido ruso, 4k.)

Si ayer, miércoles 26, tuviste un día movido y hoy te querés acordar del día enterito, lo mejor es que borres algún pasaje tonto de los años ochenta. Recomiendo eliminar algún día de invierno, que casi nunca pasaba nada. Cuidado, no elijas 1982 o 1986 porque había Mundial, y capaz que te olvidás de algún partido importante.

Otro buen consejo es zipear, sobre todo en la época de estudiante. Cuando sos adolescente, empezás a ver a las primeras chicas en pelotas, tenés alucinaciones interesantes con ácido, tus amigos tienen caras graciosas; es decir: casi todo lo que te pasa está bueno. Por eso cuesta tanto estudiarse de memoria los nombres de los ríos de Argentina. En esas épocas te conviene usar la mnemotecnia.zip o directamente el machete.rar (y después del examen eliminar los archivos enseguida; lo podés hacer a mano o con porro. A mano es más selectivo; con porro te olvidás hasta del Paraná).

Lo que no hay que hacer nunca es eliminar al azar, porque la cabeza es muy hija de puta. Yo antes de ser inteligente borraba a ciegas; un día, para acordarme de memoria el teléfono que una chica me dio en una boîte, eliminé por error la cara de mi vieja. Gestos, color de ojos, tintura, ¡todo! Fue un garrón, porque trasca la chica me había dado un teléfono falso.

Otra cosa muy peligrosa es hacerse el Funes y no borrar nada. Mi amigo el Chiri, en una época, se acordaba de todo. Yo le preguntaba, por ejemplo:

—¿Te acordás esa vez que fuimos a ver un Racing-Cruzeiro al club Belgrano?

—Mil nueve ochenta y ocho —me canchereaba—, final de la Supercopa, uno a cero con gol de Catalán, vos tenías una camisa cuadriyé y desde ahí nos fuimos por la 31 a buscarlo a Talín. 23 grados. Al otro día llovió un rato.

Era admirable su capacidad de compresión, pero por contrapartida le salían muchos granos y se quedó miope. El otro día hablé por teléfono con él y me asegura que ya no se acuerda de nada, que anota todo en un papel que tiene pegado a la heladera. Lo bien que hace.

Hablando de Funes. El otro día con mi amigo el William llegamos a la conclusión de que Borges se sabía tantos libros de memoria no porque fuera inteligente sino porque todos sus recuerdos son .txt (dado que el .jpg y el .avi no son compatibles con la gente ciega).

—¡Así cualquiera! —se quejaba el William.

Cuando nació la Nina presencié el parto. Y para guardar esos milagrosos 17 minutos en alta definición, tuve que eliminar un montón de información, alguna muy útil. Elegí olvidarme del año 1979 entero, y como faltaba espacio tiré también el archivo Capitales_de_Asia.mdb, y una carpeta con los nombres reales de todos los actores del Chavo, que me venían bien para las conversaciones posmodernas. Lo siento mucho, pero una hija vale más que eso.

Pero igual tengo cosas que quiero borrar y no puedo. La noche que se murió mi abuelo Salvador, por ejemplo, fue la única vez que lo vi llorar a mi viejo. A esa madrugada la debo haber guardado como archivo de sólo lectura, o con una contraseña encriptada. Porque me pesan mucho esas imágenes en la clínica, son como tres megas, y sin embargo no me las puedo sacar del marote.


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